No existen dichos en el perennemente sabio refranero español que inviten a estimular la velocidad, sino todo lo contrario: “Vísteme despacio que tengo prisa”, “Despacito y buena letra”. El primero nos recuerda que, al ir rápido, somos menos precisos y eficientes; el segundo, que la velocidad hace que descienda la calidad.
Tampoco encontramos estudio alguno que nos sugiera una correlación entre empresas rápidas y empresas innovadoras (o exitosas). Lo cierto es que estamos insertos en un sistema que nos empuja a producir a ritmos excesivamente acelerados, y a trabajar bajo la mirada de líderes que, al estimular culturas de la rapidez, suelen generar mucha burocracia y control sobre los procesos que supervisan. Además de ser un obstáculo para la calidad de lo que hacemos y un gran estimulador de estrés y malestar laboral, la velocidad es un enemigo natural de la innovación, ya que esta requiere de espacios y momentos desligados de la producción, de oasis de reflexión y de periodos de implementación extendidos.
A menudo, sin embargo, hay líderes que hablan de rapidez, de velocidad, cuando a lo que se refieren es a la agilidad (por confusiones como esta es crucial siempre aclarar y alinear los conceptos clave con los que trabajamos, construir una lingua franca empresarial). La diferencia entre ambas ideas son las pausas de reflexión y los tiempos de reacción: la velocidad no contempla pausas para evaluar la situación, y la reacción a estímulos externos se ralentiza.
Una manera sencilla de ilustrar esta diferencia es a través de las figuras del corredor de velocidad y del jugador de rugby: el primero tiene un objetivo claro y recorre una distancia fija en un recorrido previsible, sin interrupciones; el segundo también tiene un objetivo claro, pero debe sortear toda clase de obstáculos cambiantes para poder llegar hasta él. Contextos como el del corredor de velocidad no existen en el mundo empresarial, sino que constantemente debemos pararnos para analizar las circunstancias y tomar decisiones acordes.
Donde estimular la velocidad solo provoca estrés, estimular la agilidad invita a la reflexión, al descubrimiento, a la emoción, a la creatividad, a los aprendizajes… y, en última instancia, a la innovación.