Seguir evaluando el trabajo del siglo XXI con métodos del siglo XIX nos lleva a debates estériles. El debate actual sobre la reducción de la jornada laboral, pasando de 40 a 37,5 horas, es el ejemplo perfecto de un enfoque político y empresarial profundamente erróneo. Es una medida predictiva, no creativa. Se basa en la premisa de que, si un día trabajábamos X horas, mañana trabajaremos menos, sin cuestionar el valor de esas horas.
Permítanme que lo lleve a la paradoja: si el objetivo del trabajador es no trabajar y ganar mucho, y el objetivo del empresario es que la gente trabaje mucho y gane poco, ¿no deberíamos reformular todo el enfoque de manera creativa?
El gran problema de este país no es el número de horas que la ley nos exige, sino la productividad real. La inmensa mayoría de los profesionales apasionados ya excede su horario, y solo aquellos que están desconectados miran el reloj. Por tanto, el problema no se soluciona restando minutos al cronómetro, sino multiplicando la eficiencia y el compromiso.
El “para qué”, olvidado
La meta de un líder nunca debería ser simplemente crecer un 8 %. Los árboles no crecen hasta el cielo; llegan hasta su punto de madurez, y su altura la marcan sus raíces. En una organización, las raíces son la cultura.
¿Qué pasaría si el enfoque fuera el contrario? Si, en lugar de votar la reducción de la jornada, votáramos un plan de acción para hacer todo aquello que deberíamos hacer para que la gente con 30 o 35 horas produjera más que con 40 horas.
La reducción de la jornada laboral debería ser la consecuencia natural de haber incrementado la productividad. Pero aquí podemos chocar con la codicia. Si el propósito de la empresa es únicamente satisfacer a un accionista insaciable, mejorar la productividad solo servirá de excusa para aumentar la jornada laboral. Dirán: «Ahora que somos más productivos, trabajemos 50 horas«. Solo las empresas con un propósito que emociona y que engancha al talento logran blindarse contra esta mentalidad.
El talento no se busca, se atrae. La gente talentosa no cumple órdenes, cuestiona y reformula. Si no somos capaces de crear un entorno donde la productividad sea consecuencia de un propósito compartido y una cultura fuerte, cualquier reducción de jornada será solo un parche legal a un problema cultural. El verdadero líder se pregunta: ¿Qué estamos haciendo para que el horario de 30 horas sea la consecuencia lógica de nuestra eficiencia?
Conclusión
La solución a la baja productividad y al agotamiento no se encuentra en la aritmética de restar minutos, sino en la revolución de la cultura.
El debate sobre la jornada laboral es un síntoma de que el liderazgo sigue sin entender que el activo fundamental de su organización son las personas, no sus horas de presencia. Un líder enfocado en el legado y no en el «pelotazo» debe dejar de dictar metas vacías y, en su lugar, definir el propósito que actúa como raíz y que blinda a la empresa contra la codicia insaciable del accionista.
El verdadero liderazgo es el que crea el entorno para que la productividad se dispare. Es el que atrae al talento que cuestiona y reformula, en lugar de al que solo obedece órdenes.
Si logramos que la eficiencia sea la norma, la reducción de la jornada será simplemente la consecuencia lógica y natural de nuestro éxito. De lo contrario, cualquier reducción de horario será solo un parche legal a un problema cultural profundo. La pregunta final es: ¿Está tu liderazgo preparado para crear el «para qué» que haga obsoleta la jornada de 40 horas?