En el mundo empresarial, el contraste es claro: algunos persiguen el «pelotazo»; otros, construir un legado. Mi experiencia me dice que el beneficio rápido es incompatible con una gestión que asegura un futuro y que valora a las personas como el activo más importante de la empresa. Emprender un liderazgo humilde y consciente es la mejor ruta para una carrera sólida.
El contraste: del peón a la persona
Existen dos tipos de empresas y líderes. Las primeras, que buscan el beneficio rápido, ven a sus empleados como meros peones intercambiables. Aunque puedan ser tratados «bien», en el fondo son prescindibles y no se les considera un activo a largo plazo. Este tipo de empresario tiene una comprensión limitada de lo que realmente necesitan las personas para sentirse realizadas y productivas.
En contraste, las empresas enfocadas en el legado, como muchas en la historia, entienden que su único activo fundamental son las personas, no solo como cuerpos productivos, sino como seres emocionales. Construidas sobre el crecimiento sostenido, reconocen que la clave para el éxito a largo plazo reside en la conexión emocional.
La habilidad emocional: más allá de la inteligencia
Los líderes deben ser cada vez más visionarios, pero la visión no es predecir el futuro, sino crear escenarios y anticipar posibilidades. Se trata de explorar trayectorias y prepararse para ellas, no de una mera ilusión. Un directivo debe ser capaz de emocionar a los demás, logrando que su equipo proponga sus propios caminos y soluciones para alcanzar los objetivos.
Se argumenta que, en el liderazgo actual, es más valioso formarse en inteligencia emocional que en conocimientos puramente técnicos. ¿De qué sirve tener un coeficiente intelectual altísimo si se usa para imponerse y no para colaborar? Un líder debería ser «menos inteligente» en el sentido tradicional y «mucho más listo» o hábil para sacar lo mejor de los demás, ejerciendo un liderazgo humilde.
El ego vs. la humildad: la batalla del liderazgo
Uno de los mayores obstáculos para un liderazgo efectivo y una cultura que permite que a los demás les brillen los ojos es el ego. Cuando las decisiones se toman para proteger posiciones, la innovación se asfixia.
El antídoto del ego es la humildad, una cualidad que se puede trabajar y que, sin embargo, es un activo escaso en muchos directivos. El egocentrismo, la épica personal y el drama alejan a la gente, mientras que un liderazgo efectivo se construye sobre la humildad y la capacidad de conectar emocionalmente.
Conclusión: la inversión en personas es el único legado
El beneficio rápido puede darte un «pelotazo», pero solo la humildad, la conexión emocional y la inversión en las personas te permitirán construir un verdadero legado que perdure en el tiempo.