Fran Chuan

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Innovar, o, cómo aprender un ‘acento’ empresarial

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La vida es un constante aprender, y aquellos que formamos parte del mundo empresarial estamos siempre formándonos, adquiriendo nuevos conocimientos, maneras distintas de hacer. Inevitablemente, adoptamos nuevos hábitos a partir de aquellas lecciones que asimilamos, pero muy a menudo también incorporamos prácticas sin siquiera darnos cuenta, mimetizamos rutinas a partir de nuestro entorno, sin necesidad de haber realizado un ejercicio consciente ni asistido a ningún curso. 

Permitidme una pregunta retórica: ¿Qué es más importante, aprender algo y no ponerlo en práctica, o no ser consciente de que estás aprendiendo algo aunque estés poniéndolo en práctica? Evidentemente, la respuesta es que, si aquello que ponemos en práctica es positivo, es mejor la segunda opción, mientras que, si el aprendizaje está relacionado con una acción perjuiciosa, la primera es la óptima. 

Esta disyuntiva tiene mucho que ver con lo que hago en mi día a día profesional. ¿Cuántos de nosotros somos capaces de recordar, sin consultar nuestras notas ni agenda, el nombre de quien impartió el último curso al que asistimos, el contenido básico, aquello que nos llamó la atención y aquello que hemos terminado aplicando? Las respuestas a estas preguntas acostumbran a ser muy vagas, e incluso de vez en cuando incómodas. Mi intención, por eso, es evitar en medida de lo posible un alud de clases teóricas que se ven eclipsadas por la rutina y que es imposible llevar al campo de lo material, y en su lugar interactuar con los conceptos de manera gradual y desde la práctica para conseguir dos resultados: 

  • Un cambio sutil, pero progresivo: al realizar nuevas acciones de forma frecuente, por pequeñas que sean, generamos resultados diferentes, nos estamos transformando a nosotros mismos y los beneficios que producimos. 
  • Reducir el esfuerzo necesario para alcanzar estas transformaciones: pasamos a la aplicación sin previamente dedicar mucho tiempo a la parte teórica.

Al fin y al cabo, una innovación, cuya raíz etimológica viene del latín innovatio, “en-nueva-acción”, no deja de ser, precisamente, una nueva acción, y, por tanto, debería generar nuevos resultados. Resultados que no siempre serán cómodos, esperados o deseados, pero que sin excepción nos permitirán observar y analizar las modificaciones que hayamos introducido en el proceso.  

La sugerencia final sería que, aquellos que busquen introducir en sus organizaciones cambios en cualquier ámbito, antes de embarcarse en grandes y poderosas metodologías como el design thinking, total quality management, alguna variante de agile o incluso la implementación de un potente y complejo ERP, previamente deben entrenar el mindset de las personas que conforman su equipo para que vayan transformándose poco a poco en perfiles más flexibles, más entusiasmados por la idea de conseguir cosas nuevas.  

Como analogía, podríamos decir que aprender un idioma es cuestión de estructura y lógica predictiva — existen manuales, gramáticas y diccionarios, muchos recursos a nuestra disposición a través de los cuales podríamos memorizar las normas, los glosarios y las conjugaciones, pero estos requieren de constancia, disciplina y un sentido. Si no tenemos un para qué, un propósito para el cual estamos aprendiendo ese idioma, y, sobre todo, si no dedicamos tiempo a ponerlo en práctica, probablemente no nos será de mucha utilidad a lo largo del tiempo.  

Sin embargo, interiorizar un acento es una cuestión de lógica interactiva: no hay libros, ni manuales ni gramáticas, sino que lo adoptamos a través de la interacción — empezamos a emplear un determinado acento si pasamos el suficiente tiempo en el lugar en el que se usa. Nunca llegaremos a ser nativos, pero a los extranjeros les costará diferenciarnos de los locales. De la misma manera, la innovación es una cuestión de interacción, no de manual: si no explicitamos su propósito y la trabajamos en entornos reales con frecuencia, aprenderla se convierte en un proceso arduo e inútil. Si, por lo contrario, interactuamos constantemente en entornos en los cuales es una lengua habitual, terminará por nacer de forma totalmente orgánica. 

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