A principios de este siglo, los grandes gurús tecnológicos se equivocaron estrepitosamente en sus predicciones sobre la educación. Hablaban de aulas sin pizarras, de métodos virtuales y de computadoras para todos, visualizando un futuro que no era más que la versión 2.0 de su dividendo.
Pero, en medio de aquel ruido digital, hubo una voz con la clarividencia de un visionario: Steve Jobs. Él no vio grandes cambios en materia tecnológica, no en lo importante, la transmisión del conocimiento y la educación. Jobs dijo: «yo cambiaría una tarde de clase con Sócrates por toda la tecnología que pueda haber en ese momento».
La gran lección de Jobs es que la innovación no es una cuestión de gadgets, sino de impacto. Él no veía la versión 1, sino la versión 10, y desde allí construía los pasos. Para Jobs, el «para qué» siempre estuvo claro: la tecnología debía servir a la reflexión y la colaboración, no al revés.
La insustituible pedagogía
El carisma humano es insustituible. No hay algoritmo ni pantalla que pueda reemplazar la pedagogía de un profesor que transmite una asignatura compleja con pasión y sensibilidad.
Sócrates, que bien podría considerarse el primer coach de la historia, no enseñaba nada, solo tenía preguntas. Su método de reflexión sigue siendo más potente que cualquier aula virtual. Esto es lo que a menudo olvidamos: la tecnología es la herramienta; el valor lo genera la reflexión humana y el carisma.
El líder no debe caer en la trampa de visualizar su dividendo. Su foco debe estar en el «para qué». Si la tecnología sirve para potenciar la conexión humana, la reflexión y la colaboración, será valiosa. Si solo sirve para automatizar y distanciar, no será innovación; será solo ruido digital.
La próxima vez que hablemos de tecnología e innovación, paremos un momento y preguntémonos: ¿Qué haría Sócrates con este problema? La respuesta probablemente pasará por la reflexión, la pregunta abierta y, sobre todo, por el irremplazable carisma humano.
La importancia del humanismo
Innovar no es simplemente un proceso técnico de juego y error. Innovar es, sobre todo, un camino humano, donde las emociones juegan un papel clave en desviar y enriquecer los procesos, llevándonos por caminos que, en principio, no habíamos previsto.
Para innovar de manera auténtica necesitamos reconocer y potenciar el valor humano en el proceso, y eso es lo que llamo humanismo empresarial. Desde mi perspectiva, el mayor error de muchas organizaciones es seguir pensando en los empleados como «recursos humanos». Personalmente, rechazo completamente esa expresión.
No podemos olvidar como nos comunicamos, como aprendemos y como estrechamos lazos entre nosotros. Aunque se quiera revestir de tecnología, no será un innovador si olvidamos esto.