A menudo escucho que las empresas y las escuelas deben «enseñar a innovar». Y, francamente, no podría estar más en desacuerdo. La innovación en educación no es una receta, ni una habilidad que se pueda implantar por la fuerza. Es una consecuencia natural de estimular algo que ya tenemos dentro, algo que perdemos a medida que crecemos.
La innovación en educación no es algo que se «haga», es un resultado. El resultado de liberar un conjunto de habilidades innatas que todos poseemos desde que nacemos, pero que la educación y la vida adulta a menudo ocultan bajo capas de prejuicios y dogmas.
Las cuatro habilidades de la innovación en educación
¿Recuerdas cómo pensabas cuando eras niño? Ahí está la clave. Hay cuatro habilidades que, en su máxima expresión, se manifiestan antes de los siete años. Son el motor de la innovación, y debemos recuperarlas:
- Curiosidad: Siempre marcada por una pregunta abierta. Piensen en un niño gateando y tocando los agujeros de la pared. No se pregunta si puede, sino qué es lo que hay. La curiosidad no busca una respuesta, busca un descubrimiento.
- Imaginación: Un niño no está limitado por conceptos como la gravedad, el peso o el volumen. Se imagina un mundo sin condicionamientos. Piensa en mundos por descubrir, no en límites por obedecer.
- Creatividad: La habilidad de combinar cosas que ya existen para crear algo nuevo. Es ese niño que, sin instrucciones, junta piezas de Lego de forma inesperada y crea un cohete espacial con una rueda.
- Experimentación: La habilidad de aprender probando, con la autorización implícita para equivocarse. Los niños no tienen obsesión por un resultado, sino por el aprendizaje que el camino les ofrece. Es la antítesis de un plan rígido o un cronograma inflexible.
La paradoja de la educación: cuando el saber nos limita
Aquí está la gran paradoja: a medida que incorporamos algoritmos, cálculos y fechas históricas a través de la educación, nuestra capacidad para inventar parece disminuir. Cuanto más sabemos, menos nos permitimos cuestionar. Por eso, a menudo veo a doctorandos que, aunque tienen un conocimiento profundo, son peores innovando que alguien con menos estudios… aunque son mucho mejores a la hora de animarse a hacerlo.
La educación formal nos enseña a seguir planes, a no cometer errores y a buscar respuestas correctas. Esto, inevitablemente, limita nuestra capacidad de pensar de manera diferente y de innovar.
Cinco acciones clave para ‘desaprender’ y crear
Si queremos una sociedad más innovadora, la educación debe dar un giro de 180 grados. Aquí hay cinco cosas que, en mi opinión, deberíamos hacer tanto en las escuelas como en casa (y especialmente en verano):
- Estimular la curiosidad: anima a los niños (y a los adultos) a hacer preguntas, incluso si suenan «estúpidas» o «locas». ¿Recuerdan a Arthur C. Clarke? En 1963 predijo videollamadas y telecirugía. Lo que hoy es normal, ayer era una locura sin sentido. No hay diferencia entre una idea absurda y una idea disruptiva.
- Imaginar mundos que no existan: plantea problemas conocidos, pero pide soluciones sin patas. Por ejemplo: si una mesa cojea, no busques cómo arreglar la pata. Imagina una mesa que no pueda cojear.
- Estimular la creatividad: dales herramientas sencillas para que puedan construir lo que han imaginado. La creatividad es la herramienta que materializa lo que la imaginación ha creado.
- Permitir el margen de la experimentación: si no dejamos espacio para el error, no habrá aprendizaje. El error es parte de la innovación.
- Crear una zona de seguridad: es fundamental construir un entorno donde no se estimulen prejuicios ni miedos. Evitemos comentarios desmotivadores como «eso es una tontería» o «qué idea tan mala». El pensamiento crítico debe ser fomentado desde pequeños para evitar que los prejuicios se instalen y ahoguen la innovación.
La conclusión: el futuro es de los jóvenes
Como siempre digo, el futuro es de los jóvenes. Pero no me refiero solo a los que tienen menos edad, sino a aquellos que mantienen una mente joven: curiosa, imaginativa, creativa y dispuesta a experimentar.
Nuestro reto como educadores, padres y líderes no es enseñar a innovar, sino crear el ambiente para que esas cuatro habilidades innatas, que ya tenemos, puedan florecer. Porque al final del día, la innovación no es una técnica, es una mentalidad.