Pareciera que la inteligencia artificial (IA) ha llegado para revolucionarlo todo, impulsada por una narrativa que roza la épica. Al calor de este discurso, la consultora estadounidense Gartner ha publicado que en el 20% de las organizaciones encuestadas utilizarán la IA para aplanar su estructura organizativa, eliminando más de la mitad de sus puestos actuales de mandos intermedios. Este dato, que suena a profecía disruptiva, no debe ser tomado como una fatalidad, sino como un síntoma de un liderazgo que busca la eficiencia fría antes que la conexión humana. No podemos pasar por alto el impacto de la IA en el liderazgo.
Los cargos intermedios pueden ser los más señalados, ya que muchas de sus funciones se limitan a la gestión de datos y la supervisión de procesos —tareas que una IA puede optimizar—, pero está claro que la automatización de algunos aspectos laborales genera un miedo profundo en algunos entornos. Es el pánico ancestral a que el código se convierta en el nuevo jefe silencioso.
El ciclo de la novedad tecnológica: del hype a la decepción
Cada vez que aparece una nueva tecnología —sea la máquina de vapor, la imprenta o la inteligencia artificial— suceden tres cosas:
- Un gran anuncio de que va a cambiar el mundo: es la fase de la promesa sin límites, impulsada por los gurús que ven en la tecnología la versión 2.0 de su dividendo. Es la épica de la tecnología al servicio del ego corporativo.
- Unos la usan para escribir, otros para crear nuevas formas de aplicarla: aquí se bifurcan los caminos: la mayoría la usa para automatizar lo que ya existe (acelerar una pieza), mientras que una minoría la utiliza para eliminar el cuello de botella real o para redefinir el «para qué».
- Y luego llega la decepción: no era para tanto: La realidad siempre modera el hype. La IA, como la imprenta, es solo una herramienta. Su valor lo genera la reflexión humana, el carisma y la conexión emocional que el líder y el talento le inyecten.
La verdadera lección es que la IA es el espejo de nuestra cultura. Si la usamos para externalizar la desconfianza y la rigidez, solo aceleraremos la deshumanización. Si la usamos para liberar tiempo y potenciar la C.I.C.E. (Curiosidad, Imaginación, Creatividad y Experimentación), entonces sí, el impacto será humanista y valioso. De lo contrario, solo será la enésima tecnología que nos promete el paraíso para entregarnos una versión más eficiente del aburrimiento.
Impacto de la IA en el liderazgo
La IA vive hoy su fase de ruido y exageración. Hay titulares que aseguran que sustituirá empleos y profesiones enteras, pero la historia nos enseña que ninguna tecnología ha destruido el trabajo humano, sino que lo ha transformado.
Los caballos no desaparecieron con el ferrocarril, los lápices no murieron con los teclados, y los libros siguen existiendo pese a los e-books. Lo que cambia son las actividades, no las personas. Toda nueva tecnología elimina algunas tareas, pero crea muchas más y generalmente más cualificadas. El reparador de locomotoras sustituyó al carretero; el programador reemplazó al mecanógrafo.
Por eso, no creo que los más amenazados sean los mandos intermedios, como dicen algunos estudios. Lo que cambiará son funciones concretas, no niveles jerárquicos. La clave para no caer en la decepción programada de cada nueva tecnología es el pensamiento crítico. La inteligencia artificial, o cualquier otro gadget de moda, solo tiene el valor que le otorga la reflexión humana. El impacto de la IA en el liderazgo será notable, pero si el líder no aplica este filtro socrático, se convertirá en un mero consumidor de hype sin visión a largo plazo.
El ejercicio de la innovación humanista exige hacerse tres preguntas fundamentales, que van más allá de la viabilidad técnica o el potencial de beneficio:
- Preguntarse para qué fue diseñada la herramienta: No para qué sirve hoy, sino cuál fue la intención original y el propósito real de su creación. Si la intención es solo la automatización y la distancia, no generará valor duradero; si es para potenciar la conexión humana, la reflexión y la colaboración, entonces es valiosa.
- Si realmente cumple su propósito: ¿Está la tecnología eliminando el cuello de botella real o simplemente acelerando una pieza que no era el problema principal? Si una herramienta promete eficiencia, pero genera desconfianza y microgestión (como el algoritmo que te vigila), está fallando en el propósito superior de generar una cultura de respeto.
- Y a quién beneficia o perjudica: Esta es la pregunta ética crucial. ¿La IA o la nueva metodología beneficia únicamente al dividendo del accionista o al legado de la organización y la conexión emocional de sus empleados? El líder debe evitar la trampa de visualizar solo su beneficio personal y poner el foco en el «para qué» que beneficia a la comunidad y al talento. Si la tecnología deshumaniza o anula la curiosidad y la imaginación (C.I.C.E.), no es innovación, es ruido digital.
La IA no nos sustituye. Nos obliga a evolucionar.