El genio innovador se encuentra en cada uno de nosotros. Se habla mucho de la innovación como un medio, una herramienta que hay que aprender, pero la verdad es otra. La innovación no es algo que se pueda «hacer», sino una consecuencia de estimular ciertas habilidades. Si bien la tecnología y los procesos nos dan las herramientas, la chispa reside en un lugar mucho más profundo y, a menudo, olvidado.
Todos nacemos con un potencial innovador que, en la mayoría de los casos, se oculta tras los prejuicios y la educación. Estas cuatro habilidades innatas, que se manifiestan con total libertad hasta que se consolidan los prejuicios, entre los 3 y los 7 años, son la verdadera cuna de la innovación:
- Curiosidad: es la eterna pregunta abierta, el “por qué” de las cosas. Es la habilidad del niño que gatea y se pregunta qué hay detrás del agujero en la pared, sin miedo ni barreras.
- Imaginación: el niño no está condicionado por las leyes de la física o las limitaciones materiales. Se imagina mundos por descubrir, donde las mesas flotan y los objetos no tienen peso.
- Creatividad: es la habilidad innata de combinar elementos para crear algo nuevo. Es el niño que recibe piezas de Lego sin instrucciones y, en lugar de seguir un manual, construye una nave espacial única y original.
- Experimentación: es la capacidad de aprender probando. El niño se «autoriza a equivocarse» porque no busca un resultado perfecto, sino un aprendizaje. No conoce de cronogramas ni de planes rígidos, solo de la satisfacción del descubrimiento.
El lastre de la educación tradicional
Irónicamente, la educación y los prejuicios que adquirimos con el tiempo son lo que más limita nuestra capacidad creativa. Al incorporar algoritmos, cálculos y un conocimiento preestablecido, nos volvemos expertos en resolver problemas conocidos, pero perdemos la capacidad de «inventar» algo verdaderamente nuevo. De hecho, a menudo los doctorandos son «peor innovando» que la gente sin formación. El conocimiento excesivo puede ser un lastre si no se equilibra con la mente abierta del principiante.
Cinco claves para reavivar el genio innovador
La buena noticia es que el potencial innovador no se pierde; solo se oculta. Para reavivarlo, tanto en los niños como en nosotros mismos, debemos volver a las bases. Estas son cinco cosas que se deberían hacer en la educación y en nuestra vida diaria:
- Estimular la curiosidad: animar a hacer preguntas, incluso «estúpidas» o «locas», porque, como dijo Arthur C. Clarke en 1964 al predecir las videollamadas y el teletrabajo, la única diferencia entre una idea loca y una genialidad es el éxito, pues toda innovación radical, en un principio suena a brujería.
- Imaginar mundos que no existan: para encontrar soluciones a problemas conocidos, debemos ir más allá de las soluciones conocidas. En lugar de reparar la pata de una mesa que cojea, imaginemos una mesa sin patas que flote en el aire o que se autoregule.
- Estimular la creatividad: dar pequeñas herramientas para que lo imaginado se pueda construir. La creatividad es un músculo que se entrena al combinar cosas para dar vida a una idea.
- Permitir el margen de la experimentación: la experimentación implica que el error es parte del aprendizaje. El fracaso no es el opuesto del éxito, sino un paso en el camino hacia él.
- Revestir todo de una zona de seguridad: no se pueden estimular los cuatro elementos anteriores si no se eliminan los prejuicios y los temores. Esto implica evitar comentarios desmotivadores y construir un entorno donde la persona se sienta validada para explorar sin miedo a ser juzgada. Por ejemplo, sustituyendo error = castigo, por el resultado no esperado = aprendizaje.
El futuro es siempre de los jóvenes, no en su edad, sino en su capacidad para rehusar lo obsoleto y abrazar la curiosidad, la imaginación, la creatividad y la experimentación. En resumen, el germen de la innovación es innato en nosotros, solo hay que recuperarlo.