La innovación es la palabra mágica que impulsa el futuro, la bandera que todos los líderes desean ondear. Sin embargo, en el camino hacia la disrupción, nos encontramos a menudo con un fenómeno tan costoso como absurdo: proyectos faraónicos que, en el fondo, son un ejercicio de vanidad, una estupidez y una flagrante negación de la realidad.
Invertimos cantidades gigantescas de dinero en proyectos de innovación que, desde la perspectiva de la lógica elemental, nunca van a funcionar. Es la estupidez humana al servicio de la épica personal.
Un ejemplo: la obsesión por el avión supersónico. ¿Tiene sentido seguir invirtiendo millones para no aceptar que hemos llegado al límite físico del desplazamiento? Es como creer que tú y yo seremos eternos: podemos estirar nuestra vida un 5%, pero no podremos saltar el límite biológico.
La verdadera innovación no consiste en acelerar una pieza, sino en eliminar el cuello de botella.
Si viajas de Madrid a Lima, el vuelo son once horas y media, pero el trayecto total es de diecinueve. ¿Por qué? Porque hay siete horas y media que se consumen en salas de espera, controles y paseos por el aeropuerto. La innovación no debería enfocarse en que el vuelo dure tres horas, sino en que el tiempo desde que cierran las puertas hasta que despegamos sea de tres minutos.
La paradoja de Marte
Otro ejemplo de esta desviación de foco es la carrera a Marte. Se prueba un cohete que no cuenta con el combustible suficiente para volver. Para que fuera y regresara, necesitaríamos una fuente de energía diferente al queroseno: la fusión nuclear.
Aquí está el absurdo: si inventamos la fusión nuclear y sustituimos las energías contaminantes en la Tierra, ¿para qué queremos irnos? La innovación disruptiva debe pasar por pasos intermedios: si no somos capaces de ir y volver a la Luna con facilidad, ¿por qué queremos ir a Marte?
El foco correcto
La innovación debe apuntar al problema raíz, no al síntoma.
El desafío de la automoción no es la conducción autónoma, sino que no haya accidentes. Si la tecnología que elimina los accidentes nos obliga a una conducción automática, esta será una consecuencia bienvenida, no el objetivo.
El líder innovador deja de invertir en la épica del «superejemplo» y pone los recursos donde duele el problema. ¿Cuál es el cuello de botella real en tu proceso? Innovar allí es el único camino para no caer en la estupidez.
Conclusión
El problema de la innovación fallida es un problema de liderazgo y de foco. Al igual que no tiene sentido buscar la eternidad ignorando la biología, no tiene sentido buscar una velocidad irreal si el cuello de botella está en la burocracia del aeropuerto. El líder innovador debe tener la humildad de aceptar los límites físicos y la audacia de atacar el verdadero dolor.
Dejar de invertir en el «superejemplo» y poner los recursos donde duele el problema. ¿Cuál es el cuello de botella real en tu proceso? Innovar allí es el único camino para no caer en la estupidez y asegurar que tu inversión genere un legado, no solo una anécdota costosa.