Realmente los dos términos del título son mucho más complejos de lo que inicialmente todos creemos. Y crean muchos más malentendidos de los que inicialmente pudiéramos pensar.
De hecho, pensamos que, un gran esfuerzo que toda organización debiera hacer es garantizar que todos sus miembros tengan la misma comprensión de ambos términos.
Pues bien, nuestra experiencia nos dice es que es muy raro que se haya hecho ese esfuerzo.
Recordamos con mucho cariño un taller de 2 días con el equipo de dirección de una mediana empresa en la que uno de los objetivos era alinear dichas definiciones y lo que inicialmente fueron caras de incredulidad porque planteáramos dedicar un tiempo a “tamaña obviedad” luego se convirtieron en caras de sorpresa y casi sonrojo porque en el primer ejercicio que planteamos descubrieron que tenían 12 y 14 definiciones respectivamente.
Bien es cierto que todas se parecían, pero al mismo tiempo tenían grandes diferencias en las interpretaciones en las definiciones.
El riesgo, más habitual de lo que pudiéramos pensar, es el de la viñeta de Mafalda que mostraba en un círculo a ella con sus amigos y les planteó que era hora de dejar de estar quietos para avanzar hacia adelante … y tuvo que pegar un grito para poner primero orden definiendo hacia delante.
Si en una organización o equipo no nos ponemos de acuerdo en cómo definimos y medimos cultura y en cómo definimos, medimos y estimulamos la exploración de potenciales innovaciones, no es nada fácil que consigamos resultados innovadores.
La cultura, en cualquier caso, siempre se verá afectada y cambiará, tal como lo hace todos los días sin excepción. Poco a poco, pero lo hace. En nuestras manos está el gestionar ambos y hacer que se convierta nuestra cultura en una cultura de la innovación, donde la innovación sea parte del ADN de la cultura y no tengamos que innovar, porque ya seremos, sencillamente, innovadores.