Recientemente, reflexionando al respecto con un comité de dirección, uno de los directivos nos recordó la conocida frase “estamos haciendo correctamente las cosas, pero ¿estamos haciendo las cosas correctas?”

La conversación recordó una reflexión de Peter Drucker: “no hay nada más inútil que hacer de forma muy eficiente aquello que no debería hacerse en absoluto”. Y nos descubrimos esbozando una sonrisa, incluso, algunos acompañándola de un gesto de “obviamente”. 

Continuamos la conversación y una de las conclusiones fue que esta situación de caer en la trampa descrita por Drucker es mucho más fácil de ver en otros que detectarla en nuestra propia organización. En este sentido, uno de los directivos añadió que “el logro es adictivo y nubla la visión colectiva”. Es decir, conseguir cosas genera placer y, quizás, no le dediquemos demasiado tiempo a reflexionar si lo que hacemos es lo que debiéramos hacer,  aunque lo estemos haciendo perfectamente.

La conversación nos llevó a tres términos que todos usamos cotidianamente, quizás, incluso pensando que son sinónimos. Las palabras eran eficiencia, eficacia y efectividad. Y es que las definiciones de la RAE no nos ayudan mucho. Así, según el diccionario de la Real Academia Española:

• Eficiencia es la “capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado”.

• Eficacia es la “capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera”.

• Efectividad es sinónimo de eficacia.

Sin embargo, de nuevo Drucker lo expresaba con mayor claridad y aplicabilidad. Según él: 

• Eficiencia es “hacer bien las cosas”, buscando una relación óptima entre los recursos empleados y los resultados obtenidos. Por tanto, la eficiencia es una cuestión de “cómo” se hacen las cosas.

• Eficacia es “hacer las cosas correctas”, conseguir resultados. Según Drucker, la eficacia está relacionada con “qué” se consigue.

Si somos eficientes, pero en “qués” caducos, nuestro futuro estará en riesgo.

Si somos eficaces, pronto alguien hará el mismo “qué” pero con un mejor “cómo” y, de nuevo, nuestro futuro estará en riesgo.

Aquí aparece de nuevo Drucker, con su magia, describiendo el tercero de los términos: 

• Efectividad es “hacer bien las cosas correctas”, o sea combinando los dos anteriores, el qué y el cómo. Con ello, se desmarca de nuestra lineal y en ocasiones desconcertante RAE.

Tomando las definiciones de Drucker, obviamente, toda organización aspirará a ser efectiva. Sin embargo, ¿cómo consigue una organización ser efectiva, y mantenerlo en el tiempo?

¿Cómo consigue una organización ser efectiva, y mantenerlo en el tiempo?

Para mantener la efectividad, los líderes de una organización tienen que estimular una cultura que sistematice que todos los componentes de esta se cuestionen la actual efectividad, sin “dormirse” en el éxito o dejarse llevar por las “adicciones” del logro. A este tipo de cultura, la denominamos cultura de la innovación. Pues la innovación se encarga de mejorar permanentemente las soluciones existentes, aunque en su momento dichas soluciones ya parecieran eficientes, eficaces y efectivas. La tecnología que tenemos hoy es la mejor que hemos tenido jamás, pero es la peor que tendremos.

¿Y cómo saber si soy eficiente, eficaz, o efectivo? 

El abanico de opciones que tenemos para generar esa consciencia es grande. Podemos analizar nuestra evolución de los beneficios, nuestro indicador de “Fresh Market” o el “Vitality Index”, entre muchos otros. Pero todos ellos son indicadores de efecto. O sea, que son indicadores del pasado.

Por ello, lo mejor que podemos hacer es ir aguas arriba y analizar la causa de todos esos indicadores, que no es, ni más ni menos, que la cultura. En este punto es donde InnoQuotient se muestra como una herramienta sumamente útil, como han descrito muchos de nuestros clientes, que copan los rankings en sus sectores.