Fran Chuan

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Un apagón en tiempos de transición cultural

En la transición energética hay que equilibrar constantemente la producción y consumo, lo mismo pasa con la cultura, se pueden necesitar mecanismos de compensación.
Transición cultural

El día del apagón fue todo un experimento social para la transición cultural que se avecina. Para los que me lean fuera de España o si llegas a este artículo mucho tiempo después de que lo esté escribiendo, el pasado 28 de abril (hace apenas unas semanas cuando escribo estas líneas) hubo un gran apagón en la Península Ibérica.

Por lo que ahora se sabe, todo se debió a un fallo técnico, aunque tengo que confesar, que mi primera reacción fue pensar “Ojalá sea un ciberataque”. A pesar de los peligros que eso podría llegar a comportar, al menos eso significaría que estamos en el mapa, que somos relevantes. Pero si era un fallo técnico (como todo indica) no es más que un ridículo nacional.

A mí me pilló en Sevilla, en una fábrica en la que colaboro. El primer pensamiento que tuvimos, como el de la mayoría, fue que el fallo era nuestro. Tras esperar un tiempo todos se fueron a casa, a mí me llevaron hasta el hotel. La información fue llegando a cuentagotas, no fue hasta días más tarde no hemos podido ir conociendo algunos detalles.

Transición cultural y energética

Mi primera reflexión al respecto ha sido sobre la transición energética. Estamos pasando de modelos de energía estables, como la nuclear, a modelos más variables, como la energía solar y eólica. En estos sistemas, si hay nubes o deja de soplar el viento, cae la producción y no se puede hacer nada. Necesitamos mecanismos de compensación: embalses, centrales auxiliares, baterías…

Eso me llevó a pensar en la transición cultural de las organizaciones. Estamos dejando atrás modelos jerárquicos, rígidos, por modelos más flexibles y horizontales. Pero eso también tiene desequilibrios: no todo el mundo está igual de motivado o creativo cada día. Y ahí también hacen falta «mecanismos de compensación», dinámicas o líderes que estabilicen los equipos cuando flaquean.

En estos tiempos de incertidumbre, la serenidad y la comunicación importan más que nunca, tal y como lo hicieron durante las horas del apagón.

 

La gran lección

Y luego está lo bonito: fuimos humanos otra vez. La gente salió a los parques, se miraba a los ojos, se hablaba cara a cara. Vi adolescentes jugando en grupo como hacía años no veía. Fue precioso… aunque efímero.

La gran lección es que necesitamos momentos de “desconexión real” periódicamente. Tal vez deberíamos programar nuestros propios “apagones simbólicos” para reconectar con lo que importa.

 

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