Fran Chuan

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La ilusión del desaprender: cómo adoptar una mentalidad innovadora sin renunciar a lo que ya hemos aprendido

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¿Es posible desaprender? La respuesta breve es no: sabemos lo que sabemos y, una vez activado el conocimiento, es imposible retroceder a un estado de inconsciencia. Podemos olvidar, como por ejemplo el ingeniero que durante años deja de usar determinadas fórmulas y se halla con dificultad para recuperarlas de la memoria. Pero, al fin y al cabo, si, igual que yo, se ha ejercido como tal a lo largo de las décadas, por mucho que uno se aleje de este oficio, su mente estará estructurada de cierta manera, reaccionará ante los retos con una actitud concreta (seguramente, siguiendo la lógica predictiva, pues para sortear dificultades normalmente empleamos una combinación de conocimiento y experiencia), estará acostumbrado a interactuar a partir de unas dinámicas específicas. 

En el ámbito de la innovación, sin embargo, a menudo leemos y escuchamos a líderes de pensamiento alentarnos a desaprender para volver a aprender. Como simplificación de una reflexión me parece un consejo comedidamente válido, pero realmente no es natural ni lógico llevarlo a la práctica.  

¿Por qué? Por un lado, porque, como he comentado antes, los seres humanos carecemos de la habilidad para desaprender. Por el otro, porque todo el conocimiento que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida puede resultarnos útil más adelante.  

¿Qué deberíamos hacer, entonces, para evitar que las inercias nos arrebaten la capacidad de pensar de manera innovadora? 

1. Realizar un esfuerzo consciente por identificar y desafiar los sesgos de pensamiento aprendidos

Es muy habitual que, en nuestro día a día laboral, estemos acostumbrados a aplicar la lógica predictiva, la que nos invita a extraer información de nuestras observaciones y ejecutar acciones a partir de lo observado. A pesar de que la lógica predictiva es útil para muchos propósitos, la lógica que requiere la innovación es la interactiva: aquella que nos permite explorar y experimentar, y extraer conclusiones de los resultados de esos experimentos.  

En lugar de descartar nuestras experiencias anteriores, resulta mucho más valioso proponernos a nosotros mismos un ejercicio de introspección que nos ayude a detectar qué dinámicas hemos adoptado como rutina. Así, seremos conscientes de los mecanismos de pensamiento que ponemos en marcha, podremos evaluar si son los óptimos en cada momento y escoger qué manera de interactuar con el mundo debemos favorecer en cada momento. En general, es una forma de ampliar nuestro arsenal de herramientas sin necesidad de deshacernos de ninguna — tenemos espacio de sobra en el cobertizo, solo debemos reordenarlo. 

2. Dejarse llevar por el instinto básico de la curiosidad

Una de las características que me resultan más mágicas, fascinantes y útiles de los seres humanos es su innata curiosidad: un instinto inagotable que, a través de la formulación de incógnitas, abre mundos enteros y posibilita diversos caminos hacia las ansiadas respuestas. La curiosidad, en resumidas cuentas, nos invita a formarnos constantemente, de manera continua.  

Esta formación puede desarrollarse a través de una estructura clásica, en la que una figura experta imparte su conocimiento, y nosotros somos los encargados de retenerlo y ponerlo en práctica. Pero también podemos formarnos a través del descubrimiento autodidacta, de los tanteos, de la experimentación alejada del miedo. Y, por supuesto, podemos formarnos de una tercera manera: combinando ambas posibilidades.  

La cuestión es que en ningún caso la innovación nos demandará un retroceso — la innovación y el crecimiento van de la mano, y ese crecimiento se estimula aprendiendo y siendo dueños de aquello que aprendemos y de cómo nos afecta, no ‘desaprendiendo’. 

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