La innovación está muy mitificada, se piensa que es solo de unos pocos o que es algo muy radical y es mentira. La innovación es el resultado, es un “algo” tangible bien sea un servicio, un producto o cualquier cosa que sea diferente a lo que había antes. Hay pocas innovaciones que podamos encontrar en la historia que en realidad no sustituyan un algo anterior: el coche de hoy sustituyó al carro tirado por caballos, la
televisión plana sustituye a la de tubos y así sucesivamente. Si aceptamos que la innovación es el valor final diferencial, ¿cómo llego a ella? Con 4 elementos: 3 los tenemos en el sistema operativo base del ser humano:
curiosidad, imaginación y creatividad; el cuarto es
tiempo. Nadie innova cuando le persigue el león y va corriendo y es como vamos hoy en día y así mal vamos.
Las culturas más innovadoras y abiertas al cambio (culturas domésticas, microculturas dentro de la cultura en la que vivimos) son más lentas, dedican más tiempo a la reflexión, son menos aseverativas y más dubitativas. Si educamos a los niños en esto es así y esto es “asá”, le ponemos vallas al campo y, por tanto, si la innovación es hacer algo diferente, como hay vallas ya no puedo hacer cosas diferentes. En España podríamos tener más capacidad innovadora si “desaprendiéramos” esos prejuicios.